viernes, 30 de enero de 2009

Yutaka Taniyama



Con un futuro aparentemente brillante por delante, tanto en las matemáticas como en su vida privada (estaba planificando su matrimonio), se suicidó. En una nota que dejó, tuvo mucho cuidado en describir exactamente hasta qué punto había llegado en los cursos de cálculo y álgebra lineal que había estado impartiendo y en disculparse ante sus colegas por todo lo que su muerte les supondría. En cuanto al motivo que le llevó a quitarse la vida, explicó:

Hasta ayer, no tenía la intención definitiva de suicidarme. Más de uno debe haber notado que últimamente estoy cansado tanto física como mentalmente. Yo mismo no lo entiendo del todo, pero no es el resultado de un incidente particular, ni una cuestión específica. Simplemente quiero decir que he perdido la confianza en el futuro. Quizás mi suicidio pueda perturbar o ser un duro golpe para ciertas personas. Espero sinceramente que este incidente no ensombrezca la vida de esta persona. En cualquier caso, no puedo negar que esta es una especie de traición. Excusad mi comportamiento. Es el último acto que hago a mi manera, como he venido haciendo mi manera toda mi vida.

Un mes más tarde, Misako Suzuki, la mujer con quien se iba a casar también se suicidó dejando una nota que decía: "Nos prometimos que no importaria a dónde nos dirigiéramos, nunca nos separariamos. Ahora que se ha ido, yo también me tengo que ir a reunirme con él. "
Las ideas de Taniyama han sido objeto de críticas sin fundamento y su conducta había sido considerada en ocasiones peculiar. Goro Shimura mencionó que padecía depresión. Taniyama también menciona en la nota su preocupación de que algunos podrían ser perjudicados por el suicidio de Vargas y su esperanza del acto de no emitir "una oscura sombra sobre esa persona".

Después de la muerte de Taniyama, Goro Shimura declaró que:

Taniyama fue siempre amable con sus colegas. Fue el apoyo moral de muchos matemáticos que le conocieron y estuvieron en contacto con él, incluyendo por supuesto a mí mismo. Probablemente, nunca fue consciente del papel que estaba jugando. Aprecio su noble generosidad más ahora que cuando estaba vivo. Sin embargo nadie fue capaz de darle todo el apoyo cuando lo necesitaba desesperadamente. Me siento realmente abrumado por el dolor más amargo.

martes, 27 de enero de 2009

Entrevista a Serre



Se cuenta que Jean Pierre Serre (1926 Bages, Francia) responde al tópico de genio matemático que, por supuesto, disfruta mucho más ante un problema estimulante que teniendo que hablar de su trabajo o haciendo vida social. Pero hay otros datos que complican esa simple descripción: Serre, descrito por sus colegas con términos como “héroe” y “maestro”, es un amante de los deportes; entre sus películas favoritas están Pulp Fiction y las de los hermanos Coen; y, sí señores, lee la saga de Harry Potter.
Pero volviendo al trabajo, no han faltado ocasiones en que Serre -con o sin disfrute— ha tenido que hablar de su trabajo. En su biografía hay siete premios científicos, entre ellos los dos de mayor prestigio en matemáticas: la medalla Fields cuando solo contaba con 28 años, y el premio Abel en 2003. Además tiene 12 doctorados Honoris Causa, el último se lo otorgó la Universidad Complutense de Madrid (25 de abril del 2006). Así que han sido varios los entrevistadores interesados por sus métodos de trabajo, sus fuentes de inspiración o sus opiniones acerca de la evolución de las matemáticas. Sus respuestas han sido, a menudo, tan concisas como éstas para InfoICM2006:

Usted, ¿ha aprendido mucho de forma autodidacta?
- Por desgracia ya no aprendo mucho más.

¿Diría que es buena la educación matemática que se imparte a los niños hoy?
- Sé muy poco sobre educación porque no tengo nietos.

¿Qué diría a un joven estudiante de matemáticas?
- Un buen estudiante no necesita consejos.

Pero otras entrevistas permiten recabar más información. En 1985 (1) dio una respuesta capaz de sublevar a más de un matemático sobre cómo animar a los chicos a estudiar matemáticas. “Mi teoría al respecto es que antes habría que desanimarles a estudiarlas; no hay necesidad de demasiados matemáticos. Pero si a pesar de eso aún insisten en hacer matemáticas, entonces realmente hay que animarles y ayudarles. Respecto a los estudiantes de Secundaria, lo principal es hacerles entender que las matemáticas existen, que no están muertas (tienden a creer que solo hay cuestiones abiertas en física, o biología).
El defecto de la enseñanza tradicional en matemáticas es que el profesor nunca menciona estas cuestiones. Es una pena.
También ha contado que cuando de adolescente aprendía matemáticas con un libro de cálculo de su madre “ni siquiera sabía que uno se podía ganar la vida siendo matemático. Solo después descubrí que a uno podían pagarle por hacer matemáticas”.
Y sobre su método de trabajo: “Bastante a menudo, realmente no tratas de resolver un problema específico con un ataque frontal. Más bien tienes algunas ideas en la cabeza que sientes que deberían ser útiles, aunque no sabes exactamente para qué. Así que miras a tu alrededor y tratas de aplicarlas. Es como tener un manojo de llaves y probarlas en varias puertas”.
Serre prefiere hablar de “pensar mucho” que de “esfuerzo”. “No es la parte consciente de la mente la que hace el trabajo”, declaró cuando le concedieron el Abel(2). Tal vez por eso suele trabajar de noche, en la cama, en la oscuridad. “Cuando estoy medio dormido. El hecho de no tener que escribir nada proporciona a la mente más capacidad de concentración”.

Matemáticas que convergen

¿Cómo han evolucionado las matemáticas en las últimas décadas?
- Es una pregunta demasiado ambiciosa. No puedo comentar ‘la evolución de las matemáticas’. Por supuesto se ha profundizado en cuestiones antiguas (por ejemplo en Teoría de Números) y han nacido otras nuevas (planteadas por ejemplo por la criptografía o la física teórica). Pero eso no es una sorpresa. Desde un punto de vista más técnico, cada vez están convergiendo más y más ramas de la matemática. Por ejemplo, quienes trabajan en Teoría Analítica de Números han empezado a usar profundos métodos de Geometría Algebraica y Representaciones de Grupos. Es muy satisfactorio, y bastante en la línea del viejo espíritu de Bourbaki sobre la unidad de ‘la matemática’.Nicolás Bourbaki es el seudónimo adoptado por un grupo de matemáticos franceses que se propuso en los años 30 revisar los fundamentos de las matemáticas. Se considera que su impacto fue enorme. El nombre de los integrantes de Bourbaki se mantuvo mucho tiempo en secreto, pero hoy se sabe que Serre fue uno de ellos desde 1949 hasta principios de los setenta. Otro dato importante de la biografía de este matemático es que parte de su trabajo resultó crucial en la demostración que hizo Andrew Wiles del famoso teorema de Fermat, en 1994.

La frontera entre matemáticas puras y aplicadas parece volverse cada vez más difusa. ¿Es correcta esta percepción?
- Yo no diría ‘difusa’. Aún hay una distinción muy marcada entre un teorema que es VERDADERO y afirmaciones que solo dan aproximaciones. Por otro lado las matemáticas aplicadas y los ordenadores pueden ayudar a cada vez más ramas de la matemática pura, sugiriendo resultados y demostrando que determinadas conjeturas son falsas.

¿Ha visto su trabajo aplicado en campos que usted no esperaba en un principio?

- No mi propio trabajo, pero sí otros muy relacionados, como las curvas elípticas (o incluso las variedades abelianas) sobre campos finitos: se usan en criptografía.
La catedrática de Álgebra en la Universidad de Barcelona, y colaboradora de Serre, Pilar Bayer, ha escrito de él(3): “Estudiar una memoria o un libro de Serre es siempre un placer; releerlos, una necesidad. La amplia visión que Serre posee de la matemática, sus resultados, sus conjeturas, sus preguntas, así como la inestimable ayuda brindada a los matemáticos en tantas ocasiones, han cristalizado en algunos de los logros más espectaculares de la matemática de los últimos años”.

Referencias:

(1) An Interview With Jean-Pierre Serre (C.T. Chong and Y.K. Leong). June 1985, Mathematical Medley (a publication of the Singapore Mathematical Society).
http://sps.nus.edu.sg/~limchuwe/articles/serre.html
(2) Interview with Jean-Pierre Serre (Martin Raussen and Christian Skau). European Mathematical Society Newsletter, September 2003.
http://www.ams.org/notices/200402/comm-serre.pdf
(3) Jean-Pierre Serre, medalla Fields (Pilar Bayer), La Gaceta.
www.rsme.es/inicio/serre.pdf

domingo, 25 de enero de 2009

Grothendieck



La fama de los matemáticos no suele salir del círculo de su profesión. Y así, mientras todo el mundo reconoce a Einstein como el mayor físico del siglo XX, casi nadie sabe citar a un sólo matemático importante. Y, peor aún, suele pensarse que son grises cabezas cuadradas con la mente llena de números.
Es una lástima, porque de todas las familias de la ciencia, la de los matemáticos es seguramente la menos gris (¡y casi diría que la que menos números tiene en la cabeza!).
Recientemente, dos matemáticos han conseguido cierta popularidad: John Nash, gracias a la película Una mente maravillosa, y Grigori Perelman, tras su negativa a recibir el verano del 2006 en Madrid la Medalla Fields (de la que siempre se dice automáticamente que es el “Nobel de las matemáticas”).
Ambos son dos matemáticos de primera fila, pero tanto sus logros como su personalidad palidecen al lado del que para mí fue, probablemente, el matemático más carismático del siglo XX: Alexandre Grothendieck.
¿Y éste quién es? He aquí lo que dice de él un reciente artículo de las Notices of the American Mathematical Society (texto aquí, continuación aquí)
El trabajo de Alexandre Grothendieck ha tenido un profundo impacto en la matemática moderna, y más ampliamente, figura entre los avances más importantes del conocimiento humano durante el siglo XX. La estatura de Grothendieck puede compararse, por ejemplo, con la de Albert Einstein. Cada uno de ellos abrió nuevas y revolucionarias perspectivas que transformaron el terreno que exploraban y cada uno buscó conexiones fundamentales y unificadoras entre los fenómenos.
y también:
Tenía una capacidad de abstracción extremadamente poderosa, casi inverosímil, que le permitía ver los problemas en un contexto sumamente general, y usaba esta capacidad con exquisita precisión
He traducido “unearthy” por “inverosímil”, pero habría sido más fiel a la etimología decir “ultraterreno”. Y quizás más fiel al personaje, a juzgar por el testimonio de un antiguo alumno suyo, Yves Ladegaillerie:
En París había tenido como profesores a algunos de los grandes matemáticos de la época, de Schwartz a Cartan, pero Grothendieck era completamente diferente, un extraterrestre. Más que traducir las cosas a otro lenguaje, el pensaba y hablaba directamente en el lenguaje de las modernas matemáticas estructurales, a cuya creación tanto había contribuido.
Grothendieck recibió en 1966, a los 38 años, la Medalla Fields. En uno de los poquísimos artículos que le ha dedicado la prensa no especializada, The Spectator le llamaba “The Einstein of maths” y decía de él que su trabajo “ha llevado a la unificación de de la geometría, la teoría de números, la topología y el análisis complejo”.
Pero ahora empieza lo realmente interesante. Con cuarenta y dos años, después de haber entregado veinticinco a las matemáticas, trabajando doce horas al día y siete días a la semana, empieza a sentir un “estancamiento espiritual”. Poco a poco va alejándose del mundo académico. Una disputa sobre la financiación militar del IHES (Institut des hautes études scientifiques) le lleva a renunciar a su plaza en este Olimpo de las matemáticas. Acaba en una Universidad de provincias (Montpellier) y cada vez dedica menos tiempo a las matemáticas y más al activismo en grupos de la contracultura de los setenta.
A partir de 1983 empieza a trabajar en Récoltes et Semailles (Cosechas y Siembras), unas extensísimas memorias que subtitula “Reflexiones y testimonios sobre un pasado de matemático”. Nadie quiere publicarlo, pero copias del manuscrito, de mil folios, pasan de mano en mano entre los matemáticos. En otra obra, La Clef des Songes (La llave de los sueños) explica su descubrimiento de Dios.
La ruptura con el establishment culminó cuando en 1988 renunció al Premio Crafoord que concede la Real Academia Sueca de Ciencias para premiar a las disciplinas que no tienen Nobel. El texto de su renuncia puede leerse completo aquí.
¿Qué ha sido de Grothendieck? He hablado de él en pasado, como si hubiera fallecido. Pero no ha fallecido. O quizá sí: lo cierto es que en 1991 desapareció. Se cree que vive solo, en un lugar aislado del Pirineo francés, y que trabaja en un manuscrito de miles de páginas sobre la física del libre albedrío y el problema del mal.
En los últimos años, algunos textos de Grothendieck han empezado a estar disponibles en la red. Un grupo de admiradores y discípulos ha creado The Grothendieck Circle. Incluso algunos de sus textos se han traducido al español. He leído algunos, y lo que entiendo de ellos es fascinante.

Fuente: pseudópodo

FLTmanía


sábado, 24 de enero de 2009

El último teorema de Fermat

UN FRANCES MUERE DEJANDO UN ACERTIJO QUE OBSESIONO A LOS ESTUDIOSOS POR MAS DE TRES SIGLOS. EL ULTIMO TEOREMA DE FERMAT, EDITADO POR NORMA, SIGUE LAS PISTAS DEL ENIGMA.
En una de las páginas figura la ecuación milenaria de Pitágoras sobre los triángulos rectángulos, que establece que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos. También aparece el método para hallar triángulos con los tres lados enteros: la terna 3,4,5 es sólo la primera de una serie infinita de soluciones enteras, que la hermandad de los pitagóricos guardaba con celo.Fermat se pregunta si estas soluciones enteras todavía podrían hallarse si el exponente 2 de esa ecuación se reemplaza por un número mayor. Alrededor de 1667, en otra de estas noches idénticas, escribe en el margen de la página su conclusión negativa: No es posible, si no es mayor que 2, encontrar una solución entera para esta ecuación.A continuación agrega un comentario que habría de cambiar la historia de la matemática: He hallado una demostración verdaderamente admirable de este hecho, pero este margen es demasiado exiguo para contenerla.Fermat muere treinta años después y su hijo, que presentía la importancia de estos trabajos nocturnos, publica la Aritmética con todas las anotaciones. Los matemáticos de la época se encuentran con una multitud de afirmaciones y conjeturas, pero raramente con indicios para probarlas. Durante toda su vida, Fermat, ese fanfarrón, ese maldito francés, había preferido reservarse las demostraciones para desafiar por carta a los matemáticos ingleses a rehacerlas. Aun así se va probando, con las técnicas elementales de aquel tiempo, que una por una todas las afirmaciones de Fermat son verdaderas. Pero la ecuación generalizada de Pitágoras, como un último desafío, resiste todos los intentos y nadie puede reconstruir la demostración verdaderamente admirable que anunciaba Fermat. Euler, el genio más grande del siglo, apenas puede probar el caso n=3 y pide con desesperación al hijo de Fermat que revise entre los papeles que ha dejado su padre en busca de alguna otra huella. De generación en generación, con penosos esfuerzos y técnicas cada vez más sofisticadas, se prueban más casos particulares pero la demostración del caso general sólo parece alejarse con cada nuevo intento. Para entender esto debe recordarse que la forma de razonar de los matemáticos es algo diferente de la del resto de los científicos. Es conocida la anécdota de Stewart sobre un ingeniero, un físico y un matemático que, de viaje en tren, entran en Escocia y ven en medio de un campo una oveja negra. ¡Qué curioso!, observa el ingeniero: En Escocia las ovejas son negras. No, protesta el físico, en Escocia algunas ovejas son negras. No, no, corrige el matemático con paciencia: En Escocia hay al menos un campo que tiene al menos una oveja cuyo único lado visible desde el tren es negro. En efecto, los matemáticos son cuidadosos en sus afirmaciones y un número cualquiera de casos particulares en favor de una conjetura no basta para establecer una prueba general. Peor aún, los casos particulares resueltos iban mostrando la enorme complejidad que requeriría una demostración global. En 1847, en medio de una batalla entre Cauchy y Lamé, que creían haber llegado ambos a una solución, un trabajo fundamental de Kummer mostró que el teorema de Fermat estaba irremediablemente fuera del alcance de todas las líneas de ataque conocidas. Así, a principios del siglo XX los matemáticos serios habían dado la causa por perdida. Trescientos años después de haberse enunciado, el último teorema de Fermat se había convertido en el paradigma de lo que los matemáticos consideran un problema intratable. Y sin embargo la parte más apasionante de la historia todavía estaba por venir.Con la astucia de un novelista, Simon Singh, doctor en física del Imperial College y asesor científico del programa Horizon, de la BBC, ha escrito un libro fascinante sobre una de las más grandes hazañas del pensamiento contemporáneo, sólo comparable quizá a la formulación de Einstein de la teoría de la relatividad. El último teorema de Fermat no es sin embargo, como podría temerse, un libro de matemática. Con un equilibrio siempre piadoso, Singh logra, sin perder rigor, transmitir los desvelos y el laberinto de pasiones que hay detrás de cada fórmula exacta, desde el final dramático de la escuela de Pitágoras a la trampa político-amorosa que conduce a Galois a un duelo a muerte con el mejor tirador de Francia, desde el disfraz de hombre de Sophie de Germain para ser admitida en las universidades hasta la novela de espionaje de Alan Turing, que quiebra los códigos nazis de la máquina Enigma y muere después de la guerra, perseguido por su homosexualidad y envenenado con una manzana. En la línea principal de la historia hay, a principios del siglo XX, un paso inesperado de comedia que le da nueva vida al problema. Paul Wolfskehl, el hijo de una familia de industriales alemanes, con una gran fortuna, era también aficionado a la matemática y uno de los tantos que había intentado suerte con el teorema. En algún momento de su juventud se obsesionó con una mujer muy hermosa, que lo rechazó. El joven Wolfskehl, desesperado, planeó suicidarse, con un tiro en la cabeza que se daría estrictamente a medianoche. Pero como después de hacer todos los preparativos le sobraba todavía algún tiempo, volvió a abrir su libro de matemática con el gran cálculo de Kummer, que había establecido el muro infranqueable a los intentos del álgebra clásica y que le parecía una lectura apropiada para una ocasión tan solemne. Le pareció encontrar entonces una pequeña laguna. Se le ocurrió la idea de que Kummer tal vez se hubiera equivocado, lo que reabriría la esperanza de una demostración elemental, y estuvo haciendo hasta la madrugada cálculos febriles. Kummer, por supuesto, no se había equivocado, pero a Wolfskehl se le había pasado la hora del suicidio. Rompió las cartas de despedida de la noche anterior y rehízo su testamento. A su muerte, su familia descubrió que había legado buena parte de su fortuna para quien publicara la primera demostración completa del teorema de Fermat. El premio, que en ese momento equivalía a más de dos millones de dólares, fijaba cien años de plazo y una fecha límite: setiembre de 2007. Curiosamente, se otorgaría sólo al que demostrara que el teorema era verdadero: si alguien daba un contraejemplo no recibiría ni un Pfennig. La competencia, a pesar de la publicidad en todas las revistas de matemática y del monto enorme del premio, no generó gran interés entre los matemáticos profesionales, que conocían la verdadera cara de la ecuación detrás de su apariencia inocente. Pero sí atrajo a miles de aficionados optimistas, estudiantes incautos y toda clase de aventureros. Algunos enviaban la primera parte de una demostración y prometían la segunda si se les daba por adelantado una parte del premio. Otro ofrecía un porcentaje en las ganancias futuras por publicidad a cambio de ayuda para terminar su demostración y advertía que si no colaboraban con él enviaría su borrador a un departamento de matemáticas soviético. El profesor Landau, que era uno de los que recibía la avalancha de demostraciones erradas, decidió imprimir una tarjeta lacónica: Estimado... Muchas gracias por su manuscrito. El primer error se encuentra en la página... Esto invalida la demostración. Un colega suyo prefería devolver los manuscritos con una anotación en el margen: Tengo una refutación verdaderamente admirable de su demostración, pero este margen es demasiado exiguo para contenerla. La competencia Wolfskhel mantuvo el aura del enigma y en todos los libros de acertijos matemáticos el teorema de Fermat ocupaba el primer lugar. Gracias a uno de estos libros, El último problema, de Eric Bell, un niño de diez años leyó por primera vez sobre el enigma y concibió, en silencio, la obsesión de resolverlo. Hacia 1975 ese niño, que era Andrew Wiles, se había licenciado en Cambridge y empezaba su carrera de posgrado. Aunque no había abandonado la obsesión de su infancia, comprendía el riesgo que suponía dedicarse a un problema que había quedado fuera del centro de interés de la matemática, casi como una curiosidad histórica, y que podía arrebatarle toda su carrera sin retribuirle nada. Su supervisor, John Coates, lo convenció de que se dedicara a estudiar un campo suficientemente cercano: las llamadas curvas elípticas. Baste decir que la ecuación de Fermat puede pensarse como un caso particular de curva elíptica.Wiles se convirtió así, después de su doctorado, en otro matemático serio, profesor en Princeton, que seguía la rutina de conferencias, dirección de alumnos y publicación regular de papers. Mientras tanto, otra historia paralela se estaba incubando: en el Japón de la posguerra dos matemáticos jóvenes observaron que ciertos objetos matemáticos muy estudiados en esa época, llamados formas modulares, daban lugar a curvas elípticas, y formularon lo que se conoció con el tiempo, por sus nombres, como la conjetura de Taniyama-Shimura, que dice que toda forma modular puede ser asociada a una curva elíptica. Si esta conjetura era cierta, se abría la posibilidad de que pudieran transferirse, por paralelismo, resultados del mundo modular al mundo elíptico y viceversa.Este era el tipo de aproximación esencialmente novedoso que la matemática del siglo pasado no podría haber alumbrado: la idea de que hay conexiones profundas entre diversas áreas que se han desarrollado por separado en la matemática, con técnicas totalmente diferentes, de manera que, si se toman las debidas precauciones, resultados en un campo se pueden traducir y exportar al otro.Una tarde de 1986, mientras tomaba el té con un colega, Wiles se entera de la noticia que iba a cambiarle la vida: un especialista llamado Ken Ribet, a través de esta clase de paralelismo, había probado que si la conjetura de Taniyama-Shimura era cierta, podía deducirse también, como un corolario, el teorema de Fermat. Es decir, quienquiera que pudiese dar una demostración de la conjetura de Taniyama-Shimura estaría dando al mismo tiempo una demostración del último teorema de Fermat. Para el propio Ribet, su resultado mostraba simplemente que la conjetura japonesa era tan difícil de probar, o más, que el más difícil de los teoremas. Pero Wiles se dio cuenta de que había llegado su momento: en vez de dedicarse a probar directamente el teorema de Fermat, podía ocuparse ahora de un problema mucho mejor visto en el mundo académico. Desapareció del circuito de conferencias y se encerró en su casa, durante siete años, a revisar uno por uno todos los métodos y todos los intentos históricos de demostración del teorema. Reapareció en junio de 1993, en un congreso de teoría de números en Cambridge, su ciudad natal. Todos sus colegas sospechaban que expondría resultados importantes, sobre todo cuando le asignaron la cantidad infrecuente de tres conferencias. En las dos primeras Wiles no mostró todo su juego. Aun así, los e-mail circulaban furiosamente en todas partes del mundo tratando de averiguar hasta dónde llegaría en la última. Entre los asistentes estaba Shimura pero no Taniyama: se había suicidado varios años antes, sin llegar a ver la importancia que tendría su conjetura.Para la conferencia final se había reunido una multitud infrecuente de curiosos. Un agente de apuestas recibió cinco veces en un día la extraña apuesta de que cierto antiguo teorema sería probado esa tarde y decidió, con olfato, no tomarla. No se había convocado a la prensa, pero algunos matemáticos habían llevado cámaras de fotos. En una atmósfera tensa Wiles desarrolló la demostración de la conjetura de Taniyama-Shimura que había preparado en el máximo secreto y escribió en el pizarrón, como última línea, el enunciado del teorema de Fermat que -todos sabían- quedaba automáticamente probado. Creo que me detendré aquí, dijo. Después de 350 años el último enigma de Fermat había sido derrotado. ¿Realmente?La foto de Wiles frente al pizarrón dio la vuelta al mundo. El The New York Times tituló: Al fin se gritó Eureka sobre un antiguo misterio matemático. Mientras tanto Wiles presentó para el examen de los expertos el manuscrito de su demostración, que tenía 200 páginas. No era la prueba que había creído tener Fermat. Sí representaba, en cambio, una síntesis asombrosa de la matemática de tres siglos, un amalgamamiento de ideas viejas y nuevas, de técnicas resucitadas y fortalecidas junto con invenciones inéditas: la confirmación de que en la matemática, como en la literatura, toda obra profunda establece con la tradición una relación mucho más intrincada y compleja que la figura más obvia de fidelidad-traición.Aun así, en el proceso de revisión, como en una película de suspenso, el monstruo se alzó por última vez y estuvo a punto de destruir a quien creía haberlo aniquilado.Este segundo final de la historia, desconocido para casi todos, fue durante más de un año un secreto embarazoso en la comunidad matemática. La reconstrucción de ese período cruzado de tensiones es una de las mejores partes del libro de Singh. Baste decir aquí que Wiles pudo finalmente reclamar el premio Wolfskehl, que -después de la devaluación del marco alemán durante la guerra- se había reducido a cincuenta mil dólares.No fue, evidentemente, esa suma lo que guió a Wiles durante su cacería de treinta años. No fue, tampoco, ninguna idea posterior de utilidad. El teorema de Fermat, como gran parte de la matemática, no sirve para ninguna de las cosas que se suelen considerar útiles y prácticas. ¿Qué es lo que anima entonces a esta hermandad que nunca dejó de ser algo secreta? Quizá la certidumbre de que sus obras son las únicas que pueden resistir todos los tiempos: que cuando las pirámides vuelvan a ser arena en el desierto y hayan pasado los hombres, seguirá siendo cierto el teorema de Pitágoras y cada uno de los teoremas. Como dice Hardy en el epígrafe que eligió Singh: Inmortalidad puede ser una palabra tonta, pero quizás un matemático tenga la mayor chance de alcanzarla, cualquier cosa que ella signifique.