El 15 de octubre de 1586 se juzgaba a María Estuardo, reina de Escocia, por traición. Había sido acusada de conspirar para asesinar a su prima, la reina Isabel I de Inglaterra y hacerse con la corona inglesa. Sir Francis Walsingham, el secretario principal de Isabel ya había arrestado a Babington y a los cómplices que iban a llevar a cabo la acción. Fueron llevados a Londres y según relata el historiador William Camden: los acuchillaron por todas partes, les cortaron sus partes privadas, les sacaron las entrañas en vivo y haciéndoles mirar, y fueron cuarteados. Ahora, planeaba demostrar que María era igualmente culpable y merecedora de la muerte.
Por otro lado, para Isabel era importante deshacerse de María, pues era una peligrosa rival en la cuestión sucesoria: era bisnieta de Enrique VII, convirtiéndose en la heredera de la corona inglesa si Isabel no tenía descendencia. Como era escocesa, muchos cuestionaban si un tribunal inglés tenía autoridad para ejecutar a una cabeza de estado extranjero. Además, podría sentar un precedente incómodo: si al Estado le estaba permitido matar una reina, entonces, los rebeldes podrían tener menos reservas para matar otra reina que podría ser la misma Isabel. En resumidas cuentas, Isabel sólo aprobaría la ejecución si Walsingham podía probar más allá de toda duda que María había tomado parte en la conspiración.
En realidad, era la cabecilla de la trama. Eso se sabía, pero no se había encontrado ninguna conexión con Babington y el resto de conspiradores. En los casos de traición, al acusado no se le permitía tener abogado ni podía llamar a testigos. Pero María estaba tranquila, pues toda la correspondencia que había tenido con Babington la había cifrado. Su defensa principal era negar toda conexión con él. Si no podían descifrar aquellas cartas, nunca podrían ser utilizadas en su contra, así que su vida dependía de que su cifra no pudiera ser descifrada. ¿Había descifrado Walsingham sus cartas? ¿Podía hacerse una cosa así?
Una de las formas de cifrar un mensaje, y la utilizada por María, es el Cifrado César (en realidad es el de sustitución simple, pues el del César era un desplazamiento entre el texto y el cifrado de tres letras de distancia, pero para el caso que nos ocupa, es irrelevante). Dado un texto, cambiamos una letra por otra y esto se repite para todas las letras. Así, transformamos un mensaje:
Una manera de resolver un mensaje cifrado, si sabemos en qué lengua está escrito, es encontrar un texto llano diferente escrito en la misma lengua y que sea lo suficientemente largo para llenar alrededor de una hoja, y luego contar cuántas veces aparece cada letra. A la letra que aparece con más frecuencia la llamamos “primera”, a la siguiente en frecuencia la llamamos “segunda”, a la siguiente “tercera” y así sucesivamente, hasta que hayamos cubierto todas las letras que aparecen en el texto llano.Luego observamos el texto cifrado que queremos resolver y clasificamos sus símbolos de la misma manera. Encontramos el símbolo que aparece con más frecuencia y lo sustituimos con la forma de la letra “primera” de la muestra de texto llano, el siguiente símbolo más corriente lo sustituimos por la forma “segunda”, y el siguiente en frecuencia lo cambiamos por la forma “tercera”, y así sucesivamente, hasta que hayamos cubierto todos los símbolos del criptograma que queremos resolver.
Una vez que tuviéramos un gráfico similar pero del texto cifrado, lo compararíamos con el anterior y lo desplazaríamos hasta que coincidiera, o buscaríamos la letra más utilizada y la cambiaríamos por una “e”, etc. Con un par de letras deducidas así, continuaríamos un poco a base de prueba y error y al ver una palabra averiguaríamos más letras que nos darían más palabras. Al cabo de poco tiempo tendríamos el mensaje descifrado.
Hay que decir que hay excepciones en caso de ser frases algo escogidas. Por ejemplo: “De Zanzíbar a Zambia y Zaire, las zonas del ozono hacen que las cebras zigzagueen”. Frases como estas harían que descubrir el mensaje fuera más dificultoso. Hemos de suponer, por tanto, que los textos más extensos siguen los patrones más generales. Pero hasta aquí hay excepciones. En 1969, el autor francés Georges Perec escribió La Disparition, una novela de 200 páginas en las que no utilizó ni una palabra que tuviera la letra “e”. Y la cosa se pone más interesante porque el novelista y crítico inglés Gilbert Adair la tradujo al inglés (A Void) también sin utilizar la letra “e”. Y atención que esta letra es la más utilizada en el alfabeto inglés. Descifrar una cosa así tendría una dificultad añadida.
También podríamos utilizar lo que modernamente se hace con los SMS. Por ejemplo, si codificamos: Ezto tyenne ell hefezto dhe dyztorrcihonarr hel hekilyvrio deh laas frhekuenzyas, nos veremos en serios problemas. No obstante, descartemos esas excepciones.
Una vez que hemos deducido las letras más utilizadas pueden hacerse análisis de vocales que vayan después de consonantes y cosas así. Por ejemplo, después de una “q” en castellano sólo puede ir una “u”, sin embargo, la letra “p” es mucho más amistosa porque, aparte de las vocales, pueden ir otras consonantes.
Dicho esto, volvamos con la historia entre María e Isabel. Walsingham era una figura maquiavélica, jefe del espionaje, que había reclutado a un tal Gifford como espía. Le había ordenado que se presentara en la embajada francesa y se ofreciera como mensajero. Cada vez que Gifford recibía un mensaje de o para María, primero se lo llevaba a Walsingham, quien rompía el sello de lacre, hacía una copia y lo volvía a lacrar. De este modo, el mensaje original, llegaba a su destino sin que el destinatario sospechara nada.
La primera vez que Gifford entregó a Walsingham una carta de Babington dirigida a María, su primer objetivo fue descifrarla. Walsingham había descubierto el criptoanálisis en un libro escrito por Gerolamo Cardano que le había despertado el interés, pero no había visto su potencial estratégico. De hecho, lo que realmente le despertó el interés fue una carta enviada por Felipe II a su hermanastro Juan de Austria. La correspondencia siempre iba codificada. En ella describía un plan para invadir Inglaterra. La carta fue interceptada por Guillermo de Orange, quien se la pasó a Marnix, su secretario de cifras quien, a su vez, la descifró informando a Daniel Rogers, un agente inglés que trabajaba en Europa. Este último avisó a Walsingham.
Los ingleses reforzaron sus defensas, lo que fue suficiente para detener la invasión. Consciente ahora del potencial del criptoanálisis, Walsingham creó una escuela de cifras en Londres y nombró secretario a Thomas Phelippes, un hombre “de poca estatura, muy delgado, con el pelo rubio oscuro en la cabeza y rubio claro en la barba, con la cara comida por la viruela, corto de vista, con apariencia de tener unos treinta años”. Pues bien, este hombre que, a primera vista nadie hubiera dado nada por él, hablaba francés, italiano, español, latín y alemán. Y lo más importante: era uno de los mejores criptoanalistas de Europa.
Aunque la confianza de María en su cifrado era absoluta, poca cosa tenía que hacer ante un experto como Phelippes. Siempre que este último recibía un mensaje para María, lo devoraba aplicando el método de las frecuencias. Era cuestión de tiempo. Cuando Phelippes descifró el primer mensaje de Babington dirigida a María y se lo entregó a Walsingham, este podía haberse abalanzado sobre ella, pero prefirió esperar a que esta última escribiera otro autoinculpándose. Y efectivamente, María respondió explicando explícitamente el plan.
Walsingham ya conocía el plan, pero ni aun así estaba satisfecho, así que pidió a Phelippes que falsificara una posdata en la carta de María a Babington tentándole a dar nombres. Y es que, esa era otra de las habilidades de Phelippes: “escribir con la letra de cualquiera, con sólo haberla visto una vez, como si la persona misma la hubiera escrito”. Y cayeron. Al descifrar el siguiente mensaje para Walsingham añadió el signo de la horca: Π. El tribunal de la inquisición recomendó la pena de muerte para María.
En su ejecución, los verdugos solicitaron su perdón y ella replicó: “Os perdono de todo corazón, porque ahora confío en que pondréis fin a todos mis pesares”. Cuando la decapitaron, su perro que se había deslizado bajo sus ropas, sólo pudo ser arrancado a la fuerza y después que lo dejaran, volvió y según cuenta Richard Wingfield en su “Narración de los últimos días de la reina de Escocia”: yació entre la cabeza y los hombros de ella, algo anotado con diligencia.
Curiosamente, el mismo año, Vigenère había publicado su Traicté des Chiffres. Si María hubiera conocido el Cifrado de Vigenère, seguramente ni un experto como Phelippes la hubiera podido descifrar. Dicha cifra resultaba inexpugnable para un análisis de frecuencia ya que una misma letra cifrada podía representar diferentes en el texto llano y viceversa. Pero dejaremos el cifrado de Vigenère para otra historia.
María fue sepultada inicialmente en la catedral de Peterborough, pero en 1612 sus restos fueron exhumados por orden de su hijo, el rey Jacobo I de Inglaterra, quien la enterró en la Abadía de Westminster. Y allí está, a solamente 9 m del sepulcro de Isabel.
Fuente: Historiasdelaciencia.com
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